I
Ayer en la librería Alibri, antigua Herder y, según me aseguró el nuevo propietario, también futura Herder, Juan Claudio Ramón presentó un libro que ha traducido, Los filósofos y el amor, con el capote de Andreu Jaume. Porque la amistad tiene estas cosas, acabé entre ellos, para recordar que la función principal del amor es hacernos soportables las tardes de los domingos (ocurrencia que tomé prestada de Cioran). En primera fila, echándonos rayos de luz, estaba María Campos, la editora. Todo estuvo bien y cuando las cosas fluyen bien uno tacha el día vivido sin pena de que se vaya. Ha estado bien vivido.
II
Decía Juan Claudio Ramon que los españoles, que leemos a Montaigne traducido al español moderno, entendemos los Ensayos mejor que los franceses, que no los traducen. Y quizás, pensé yo, los norteamericanos hayan entendido a Gracián mejor que nosotros. ¿Pero lo que se entiende traducido, se entiende? Dejé ir la sospecha de que la literatura, si es buena, es intraducible. ¿Es traducible García Lorca? ¿Y Quevedo?
III
Tarde amable en Manresa. A la vuelta, Montserrat, recortando su caprichosa orografía nítidamente contra un cielo azul marino, a contraluz, navegando sobre los campos de trigo de un verde fresco, nuevo y brillante. Solo por pararse a ver su maravilla hubiese merecido la pena el viaje. Otro buen día.
IV
Vuelvo por tercera vez a Juan de Mairena y ahora creo que comienzo a entenderlo. Mejor: comienzo a tener sospechas con fundamento. Mairena es un cínico (en el sentido del cinismo griego) que por miedo al cinismo, que nada sabe de filantropía, se hace escéptico, pero pretende que sus alumnos no sean ni una cosa ni otra, que sena solo zetéticos, buscadores, indagadores, husmeadores de la verdad. ¿De qué verdad? De la verdad de la vída como búsqueda.
V
Andreu Jaume observó que Heidegger apenas utiliza la palabra amor en Ser y tiempo. Según mis cuentas, solo una y en una nota a pie de página que trata de las relaciones del hombre con Dios. Heidegger no parece tener duda de que la angustia es un estado de ánimo más radical que el del enamoramiento, pero nunca razona por qué. En cualquier caso, la prioridad por la angustia marcó durante décadas el devenir de la filosofía europea continental. ¿Pero es evidente que la angustia nos sitúe ante la autenticidad de manera más radical que el amor?